No esperes a tener el tiempo suficiente
para hacer lo que te gusta. No esperes a tener dinero para conocer
mundo. No esperes a dominar un idioma para comenzar a hablarlo. No
esperes a perder a alguien para contarle lo que sientes. No esperes a
que otro dé el paso para decirle te quiero, adiós, lo siento, gracias,
te echo de menos. No esperes a que llegue el momento perfecto porque es
labor tuya hacerlo perfecto.
No esperes a estar segura para lanzarte.
No esperes a que te den permiso y no hagas nada esperando un aplauso.
No esperes a que nadie te diga lo que debes hacer. No esperes que los
demás adivinen qué quieres, qué esperas o qué piensas. Da tú el paso.
Opina, pregunta y pide. No pierdas un minuto con gente negativa, necia,
egoísta, tacaña, envidiosa o poco interesante. Corta en cuanto se acabe.
No esperes por orgullo, desidia,
inseguridad o miedo. No esperes una carambola, un milagro, un trébol de
cuatro hojas, un golpe de fortuna. No esperes a que los problemas se
arreglen solos ni que las respuestas caigan del cielo. No esperes a que
las cosas, las personas o las circunstancias cambien. Cambia tú de
trabajo, estudios o ciudad cuando ya no estés a gusto.
Si puedo darte un solo consejo te digo
que no esperes. No esperes a la felicidad porque prefiere llegar por
sorpresa. No esperes a que deje de llover para ponerte una sonrisa.
Arriesga, improvisa, cáete, levanta, equivócate y aprende de ello. Y
hazlo hoy.
No esperes a mañana porque la vida es ahora y no espera a nadie.
Y añado yo en nuestro contexto académico:
No esperes a que alguien te enseñe o a que te haga divertido tu proceso de aprendizaje, lánzate a aprender aunque te suponga esfuerzo. Disfruta aprendiendo porque todo lo que avances ahora te permitirá llegar más pronto y más lejos.
Gracias Gille (si ves esto) por este texto tan inspirador y formativo para los jóvenes y que comparto con mis alumnos/as.
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